sábado, 17 de noviembre de 2007

Soledad

Otra inspiración...



Érase una vez la historia de un personaje ficticio condenado a vivir en soledad. Cada día que pasaba pesaba en la expresión de su cara cada vez más arrugada y maltratada por el paso del tiempo, tiempo que algún día dejaría de existir para él y se perdería en el olvido para no dejarse ver jamás.

Tal era su soledad que nadie conocía su nombre, mejor dicho nadie le conocía. Nadie sabía de su existencia, nadie podía oír su voz en la oscuridad, nadie podía contemplar sus lágrimas al caer, nadie ...

Cada noche se escondía en algún recóndito lugar de su memoria e intentaba encontrar algún buen recuerdo, algún destello de luz que le transportara a una realidad mejor, o si no diferente. Pero cada noche volvía a darse cuenta de que nada había en su memoria más que la larga oscuridad que poco a poco la había ido transportando a la actualidad. No podía mirar atrás porque la oscuridad había anegado todas sus sendas recorridas pero en realidad no se daba cuenta de que era su propia mirada la que no le dejaba ver más allá de su ingenuidad, más allá de su egoísmo.

Y así pasó los días, encerrado en su propia soledad. Vagando por el andén de un mundo dispuesto a quedar al margen de sus días.

Su esperanza de encontrar algo que le rescatara de ese mundo se iba reduciendo cada vez más y más. Intentó buscar algo que le arropara y le diera calor, algo que pudiera hacerle sentir, algo...

Buscaba y buscaba la razón de su existencia en un mundo corrompido por la codicia. Pero por mucho que buscara su mirada siempre se dirigía al mismo sitio. Su soledad. Era lo único que nunca le había sido infiel, que nunca le había dado la espalda. Así se pasó el resto de sus días aferrado a su propia soledad por miedo a no mirar al frente, por miedo a no creer, a no tener fe. Poco a poco...

Poco a poco sus ojos perdieron su color. Poco a poco su voz dejó de resonar en el eco de su memoria. Poco a poco su cuerpo perdió el equilibrio. Poco a poco su corazón dejó de latir.

Llegado el momento su reloj se paró en seco. Aquella mañana nadie lamentó su muerte, nadie fue a visitar su cuerpo sin vida, nadie malgastó una lagrima por su pérdida, nadie... Su vida se había ido sin dejar huella. Fue entonces cuando se dio cuenta de que siempre había estado acompañado, de que siempre había estado arropado, siempre...
A ti soledad…

No hay comentarios: