miércoles, 30 de enero de 2008

El reflejo de Cervantes (relato)

Os dejo otro relato corto (peor que el de La chica solitaria, os recomiendo ese) por si os gusta.

EL REFLEJO DE CERVANTES

Quiero dejar claro el por qué de mi decisión. Sé que mis palabras sobre éste viejo cuaderno no servirán para salvarme de la cárcel, ya que he hecho cosas horribles. No soy un mal tipo, pero las circunstancias en las que me he visto envuelto y las decisiones que he tomado han afectado a personas inocentes. Y, si no rompo con esto, muchos más sufrirán las consecuencias, y yo también.
He de reconocer que soy demasiado cobarde como para haber tomado esta determinación por mí mismo, así que empezaré por lo que la desencadenó.
Fue sin tilde esta mañana. Al despertarme, empezó mi rutina: preparar el uniforme, dejándolo sobre la cama, y luego sacar del cajón de la mesita de noche las llaves de mi Audi y la cartera. El DNI cayó sobre la moqueta, y al recogerlo leí mi nombre: David Cervantes. Un apellido con historia, aunque para nada relacionada con mi familia: Ninguno de nosotros hemos destacado. Mi padre solía decir que era mejor pasar desapercibido, pero sospecho que le habría gustado tener como hijo a un famoso escritor. Tuvo que conformarse conmigo.
Guardé el carné en la cartera de nuevo, y la dejé sobre el uniforme. Luego me dirigí al lavabo: una buena ducha caliente por la mañana me ayudaba a relajarme, sobre todo ahora que casi todas las horas del día estaba en tensión.
Estuve duchándome cerca de media hora. Sólo así, protegido por una frágil mampara, me siento seguro. Esta mañana me costó más que nunca salir, tal vez porque pensaba que algo iba a ir mal. Porque todo acabaría mal, tarde o temprano.
Al pisar la alfombrilla lancé una mirada al espejo, que estaba cubierto por el vapor de agua. Y lo que vi hizo que me quedara sin aliento. Estuve a punto de enloquecer, porque escapaba completamente de mi comprensión.
Me acerqué poco a poco, deseando que la imagen cambiara. Pero no fue así: mi reflejo era otro hombre.
Lo sé, parece una locura. No busquéis trampa a la frase: yo soy joven, tengo el pelo castaño y corto, y los ojos en perfecto estado. Además, la única cicatriz que hay en mi cuerpo es un orificio circular en el muslo.
Pues bien, mi reflejo era un tío que rondaba los cincuenta años. Tenía una larga melena gris que le llegaba a los hombros, y un parche le cubría el ojo izquierdo. Pero lo que más me inquietó fue una cicatriz con forma de cruz en su mejilla.
Su mirada, a través de su único ojo, era penetrante y calculadora. Su rostro, pétreo, no tenía nada que ver con mi expresión de asombro y miedo. Miedo porque pensé que estaba viendo un fantasma.
Creen que estoy loco, ¿verdad? Pero es que ese tipo se parecía a mi padre. Tenía muchos rasgos casi idénticos: el pelo largo, los pómulos salidos, la nariz torcida,… Eso sí, que yo supiera mi padre no se había llevado ninguna cicatriz con forma de cruz a la tumba, y sí los dos ojos. Aunque, entiéndanme, la situación era lo bastante incomprensible como para que yo me preocupara de pequeños detalles.
¿Y si era el fantasma de mi padre? Yo nunca había creído en espíritus, pero ese tío estaba allí, lo juro.
- ¿Papá? – pregunté, con un balbuceo.
Entonces la imagen ladeó la cabeza, mirándome.
- Ya está – dijo. No oí las palabras, las sentí dentro de mi mente. – Trabajo cumplido.
No entendí nada, pero al menos me percaté de que la suya no se parecía a la voz de mi padre. Sonaba carrasposa, tal vez a causa del tabaco, y él jamás había fumado.
Me acerqué al espejo y el tipo de pelo gris retrocedió dos pasos, con cara de asombro.
- ¡Espera! ¿Qué estás haciendo? – exclamó.
- ¿Quién eres? – pregunté, sorprendido. Estaba hablando a una aparición.
Entonces su rostro se deformó, hundiéndose. Oí su grito, y el espejo se convirtió en una pantalla de sangre. Intenté no gritar, pero el pánico se había convertido en algo vivo que luchaba por escapar de mi garganta. Así que chillé, y salí del baño con el único pensamiento de alejarme de esa terrible visión.
Tropecé junto a la cama, y volqué la mesita. Mi paquete de Marlboro cayó a mi lado, desperdigando los pocos cigarros que quedaban. Intenté incorporarme, pero volví a caer, ésta vez clavándome la esquina del mueble volcado en la mejilla. Noté la sangre cálida resbalar por mi piel, como aquella vez,…
<> pensé. Y eso fue lo que me hizo comprender.
Les parecerá una tontería, pero la respuesta vino a mí y, pese a lo inexplicable, tenía lógica. Volví al baño, que tenía un aspecto onírico debido a la nube de vaho, y me miré al espejo. Ahí estaba: un hombre de pelo castaño con el rostro manchado de sangre.
Tengo que terminar de explicarme. He trabajado hasta hoy como policía. Al principio todo era perfecto: patrullaba con un compañero y detenía a quien lo merecía. Hasta que recibí un disparo en el muslo derecho. No me curé bien: cojeaba, y tuvieron que apartarme de la acción, trasladándome al trabajo de oficina. En ese momento fue cuando empecé a fumar, porque era lo único que me hacía olvidar que mi vida era una asquerosa rutina.
Entonces se me presentó una salida. Alguien a quien jamás había visto se presentó en mi casa, y me dijo que un hombre muy importante me necesitaba. Quería un topo en el departamento, y me pagaría bien. Bastante bien.
El trabajo era sencillo: avisarles de los movimientos de la poli, para evitar que el señor Cerdeña, quien me contrató, estuviera en el lugar equivocado.
Aunque esas tareas eran sencillas, y me aseguraban un buen sueldo, empecé a involucrarme más: era el mejor interrogando a los enemigos de Servando. Les sacaba toda la información y luego él les pegaba un tiro. Comenzó a confiar en mí. Le entrego en persona los informes policiales en un aparcamiento de un motel, a las afueras de la ciudad. Confía en mí, pero algún día dejaré de serle útil.
No creo en lo sobrenatural, ni en las visiones o vaticinios. Pero yo he tenido una premonición: el tipo del espejo era yo, dentro de unos años. La cicatriz, me la gané esta mañana, y como dije ese reflejo se parecía a mi padre. ¿Saben? Hasta que murió, no dejaban de repetirme lo mucho que me parecía yo a él.
He visto en el espejo mi propia muerte. No tiene lógica, pero es así. Y ahora tengo que acabar con mi negro destino. Por eso ésta noche acudiré a la cita con Cerdeña, como cada viernes, en el aparcamiento. Llevaré la pistola cargada.
No estoy seguro de si matarlo servirá para salvar mi vida. Quizá lo único que consiga sea adelantar el momento de mi muerte, pero tengo que correr el riesgo. De todas formas, acabaré con una mala persona.
Me meterán en la cárcel. Bueno, me lo merezco, por todo lo que he hecho. Sólo espero no perder el ojo bajo ninguna circunstancia. Intentaré no meterme en reyertas con otros presos, aunque un poli es una buena víctima en prision.
Tengo que proteger mi ojo. Eso lo tengo claro. Mientras tenga ojo, no moriré como en la visión. Pero, ¿cómo algo tan vulnerable va a permitirme desafiar a los entramados imposibles del destino?

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