miércoles, 30 de enero de 2008

LA CHICA SOLITARIA (Relato)

A ver, os dejo un relato corto (no llega al folio) que hice algún tiempo. Espero que os guste! (Es algo pastel, pero bueno)


LA CHICA SOLITARIA


Quiero pedir perdón. Quizá si hubiese cumplido mi promesa, esto no habría ocurrido. Pero aunque ahora ya sé que jamás leerás esta carta, quiero disculparme. El cáncer del remordimiento me consume, y quiero creer que desahogándome sobre este folio, podré librarme de él.
Mis pesadillas son un chirrido que me acompaña cada noche. Sólo si tuviera la oportunidad de volver a verte, volvería a dormir tranquilo.

Han transcurrido ya diez años y las cosas han cambiado mucho, pero eso no impide que recuerde el día en el que te conocí. Tiene gracia que tus padres, de los que nunca me hablaste, decidieran cambiarte de colegio a mitad de curso. Yo tenía catorce años y no era buen estudiante, por lo que me alegré cuando el profesor dijo, un par de días antes de que aparecieras, que íbamos a “bajar un poco el ritmo” para que te pudieras adaptar.
Jamás podré olvidar tu nombre, que tanta gracia les hizo a mis compañeros: Defna. Era tan distinto como tú. Esa fue una de las razones por las que más adelante supe que la chica cuyo atropello y muerte ocupaba una esquina de la página de sucesos del periódico local, eras tú. No creo que en todo el país haya otra Defna.
Cuando llegaste parecías tan frágil,… Eras bajita y delgada, y tus ojos grandes, expresivos, miraban con miedo a cada rincón del aula. Abrazabas los libros contra tu pecho, como si los quisieras usar de protección ante las posibles crueldades de unos preadolescentes con ganas de divertirse.
Yo parecía estúpido: no podía dejar de mirarte. Y lo que provocó entre mis amigos una risa ofensiva, a mí me causó más admiración: tu pelo, esa melena larga de color verde. Alguien te llamó, en un cobarde susurro, “peliteñida”. No oí nada más porque para mí el resto de personas desaparecieron. Te seguí con la mirada mientras caminabas, imperturbable, hacia el pupitre más alejado del aula.
Te convertiste en la rara del curso. Te llamaban loca porque siempre vestías con colores chillones. Te pasabas los recreos sola, en una esquina, sumergida en la lectura de un libro o en tu propia imaginación. La gente no te aceptaba, pero tú tampoco tenías interés en aceptarlos a ellos.
Nos conocimos un mes más tarde, gracias a “Viaje al centro de la Tierra”. No recuerdo por qué me llevé el libro al colegio, ni de dónde lo saqué. Sólo sé que quería leerlo, y aproveché el recreo para sentarme en un banco y entregarme a la aventura.
Apareciste a mi lado, fue la primera vez que te oí hablar. Me preguntaste si yo ya había llegado al centro de mi tierra. La pregunta era extraña, y tu voz, suave y armónica. Era un tono tan soñador que contesté una tontería que no recuerdo, y tú te reíste.
Daría mi alma por poder rememorar cada palabra, cada momento contigo. Empecé a pasar los recreos contigo casi sin darme cuenta. No me importaba lo que pensasen mis amigos. Hablábamos mucho, sobre todo de libros. Pero a ti había algo que te gustaba aún más: preguntarme cosas. Había preguntas normales, acerca de mi mascota, mi familia y mis gustos televisivos. Otras eran extrañas, casi imposibles de contestar. Y tú me mirabas con tanta curiosidad, con tanta ansiedad, que me vi obligado a encontrar una respuesta. Fue difícil contestarte si podía pintar un corazón mientras hacía el pino. También lo fue elegir mi pestaña favorita.
Jamás hablabas de ti. Eludías contarme cualquier cosa acerca de tu hogar o de tu familia. Ni siquiera supe si tu cabello, esa catarata verde, era teñido o no. Siempre lo veía del mismo color, y tú nunca me aclaraste nada.
Fueron los mejores seis meses de toda mi vida. Guardo con mucho cariño las tardes que pasábamos en el cine, viendo películas en las que llorabas o reías; jamás podré dejar de pensar en nuestra cafetería favorita, donde tú pedías batido de limón con caramelo.
Y luego, todo acabó. Mi padre tenía que trasladarse por causas laborales, y nos mudamos. Viniste a visitarme, sola, al aeropuerto. Lloramos, abrazados. Te prometí que volvería a buscarte. Nunca cumplí esa promesa, y lo siento tanto,…
Pasaron los años. Hice mi vida, pero siempre te guardé un lugar muy especial en los sueños. Tengo un trabajo, una relación estable, y un hogar, pero en todo este tiempo no he dejado de pensar que, si volvía a verte, dejaría todo atrás para marcharme contigo.
La noticia, lo último que he sabido de ti, habla de que el conductor se dio a la fuga, dejándote morir a dos calles de donde yo vivo. Viniste a buscarme, ¿verdad? Estoy seguro. Defna, tú sabías tanto como yo que nuestro destino era estar juntos. Ahora sólo puedo pensar que, si hubieras llegado aquí diez minutos antes o después, ahora estaríamos juntos.
En sueños me persigue tu pelo verde, visto como una mancha borrosa a través del parabrisas. Me despierto oyendo el chirrido que produjeron los neumáticos cuando pisé el pedal de freno.
Maldigo esa tarde, en la que estuve bebiendo en un bar, antes de decidir coger el coche para volver a casa.

No hay comentarios: